“La única manera de librarse de una tentación es caer en ella.” – Oscar Wilde
Hay días en los que me apetece apagarlo todo: el móvil, las preocupaciones, las obligaciones... y simplemente vivir. Disfrutar del momento, sin pensar en el mañana. Bailar como si nadie mirara, salir sin rumbo, decir “sí” sin pensar demasiado. Por eso, cuando leí esta frase de Oscar Wilde, no pude evitar pensar en los conocidos años 20.
Los años 20 fueron una década peculiar. Acababa de terminar una de las guerras más terribles que la humanidad había vivido: la Primera Guerra Mundial. Millones de personas murieron, familias se rompieron y muchas quedaron con heridas físicas y emocionales. ¿Cómo se responde a algo así? Pues parece que, en lugar de encerrarse en la tristeza, mucha gente decidió hacer justo lo contrario: vivir. Vivir mucho, vivir rápido, vivir intensamente. Caer en la tentación, como diría Wilde.
La sociedad cambió a una velocidad asombrosa. Surgió el jazz, esa música llena de ritmo, libertad e improvisación, que se convirtió en la banda sonora de una generación. Las flappers, mujeres jóvenes que rompieron las normas con su ropa, sus bailes y sus ideas, se hicieron visibles en todos los rincones. Se estrenaban películas mudas en los cines, se popularizaban los automóviles, los electrodomésticos, la radio... Era una explosión de modernidad.
Pero no todo era superficial. También fue una época de transformación social: las mujeres empezaban a tener voz y voto en muchos países, se hablaba de derechos, de cambios, de futuro. Todo parecía posible. Pero junto a esa euforia se instaló otra cara más peligrosa: el exceso.
Muchas personas vivían por encima de sus posibilidades. El crédito era fácil, la Bolsa subía sin parar, y todos querían una parte del pastel. Desde el banquero hasta el carnicero invertían sus ahorros como si jugaran a la lotería. La ley seca prohibía el alcohol en Estados Unidos, pero eso no detuvo a nadie: se multiplicaron los bares clandestinos, el contrabando, las mafias... todo valía con tal de seguir celebrando.
Hasta que, en 1929, la fiesta terminó de golpe. La Bolsa de Nueva York se desplomó, miles de personas lo perdieron todo, y comenzó una de las crisis económicas más graves de la historia: la Gran Depresión. Millones de desempleadas, pobreza, hambre, miedo. El precio de caer en la tentación sin freno fue muy alto.
Y aquí es donde esta frase de Wilde me hace pensar de verdad. Porque claro que hay tentaciones buenas. Caer en ellas puede hacernos sentir vivos. Pero también está la otra cara: ¿qué pasa cuando vivir solo significa escapar? ¿Y si corremos tanto por vivir intensamente que olvidamos cuidarnos, pensar en las demás, o simplemente parar?
Mirando los años 20, veo una época fascinante, llena de brillo y sombra. Fueron años felices, sí. Pero también fueron una advertencia. Una muestra de lo que pasa cuando confundimos libertad con falta de límites.
Hoy, un siglo después, quizá estemos viviendo algo parecido. Vivimos aceleradas, hiperconectadas, con miles de estímulos cada día. Y a veces da la sensación de que queremos vivirlo todo ya, sin pausa. ¿Estamos cayendo en las mismas tentaciones? ¿Sabremos frenar a tiempo?
No tengo todas las respuestas. Pero sí sé que el equilibrio es lo más difícil... y también lo más valioso
