La mejor manera de olvidar a alguien o algo es transformarlo en un monumento
La frase de Jeffrey K. Olick, "La mejor manera de olvidar a alguien o algo es hacer un monumento", reforza la idea de que construir un monumento es hacer un recuerdo de algo de forma permanente, dándole así un sentido simbólico en la memoria colectiva. Y aunque esto parezca contradictorio, lo que se olvida necesariamente es el propio recuerdo o vivido, pues el acontecimiento o la figura se convierte en un símbolo que se determina no en el discurrir del tiempo. Así, la memoria ya no se encuentra en el presente, sino que se institucionaliza.
Esta idea indicaría que los monumentos y las conmemoraciones permiten un tipo de olvido que rinde la fuerza de un recuerdo asociado a lo cotidiano, permitiendo distanciar los recuerdos para transformarlos en algo distante, o manejable; no obstante, las críticas en este sentido argumentan que los actos de conservación pueden llevar a una "conservación selectiva" de recuerdos, idealizar ciertos acontecimientos o ciertos personajes, distorsionar la memoria histórica; para lo cual, en lugar de un olvido, se dan procesos de reconfiguración y de control de lo que se quiere recordar de manera colectiva.